“Trastos, recuerdos, una biografía de Wisława Szymborska”

A Wisława Szymborska le gustó su biografía escrita por Anna Bikont y Joanna Szczęsna, y publicada por primera vez en 1997. Entre febrero y mayo de ese año la poeta había mantenido conversaciones con las autoras y les había facilitado las fotografías que guardaba “en sobres grises repartidos por los cajones”. Aquel material acabó convirtiéndose en el álbum fotográfico que ilustra el libro. El título, Trastos, Recuerdos, está tomado de uno de los poemas más famosos de Wisława, “Para escribir un currículum”:
 
Pasa por alto perros, gatos y pájaros,
trastos y recuerdos, amigos y sueños.
 
En una velada poética, en octubre de 2010, Wisława Szymborska (Kórnic, 2 de julio de 1923-Cracovia, 1 de febrero de 2012) había comentado: “Confesarse públicamente es como perder tu propia alma. Hay que guardar algo para uno. No puede derrocharse todo”. En otra ocasión les dijo a sus biógrafas:
 
Soy una persona muy chapada a la antigua que se resiste a hablar de sí misma. Aunque quizás sea, más bien, al contrario: soy vanguardista: ¿y si en épocas venideras la moda de desnudarse públicamente fuera cosa del pasado?
Anna Bikont y Joanna Szczęsna rastrearon detalles de la vida de Wisława Szymborska a través de sus obras, y especialmente, de aquellas maravillosas reseñas publicadas bajo el título de Lecturas no obligatorias, en las que se vislumbraba algo de sus gustos, sus fobias y sus filias. Adoraba a Montaigne, le interesaban los índices, las notas al pie de página y las citas. Admiraba a Rilke y Cavafis, a Thomas Mann, a Fellini. Muchas veces “confesó su admiración, rayana en la devoción, por Vermeer”. Y escribió sobre su nerviosismo cuando estaba cerca del gran poeta Czeslaw Milosz cuya obra consideraba una lectura obligatoria.
 
Le gustaban los animales, pero no tenía mascotas. Le fascinaban los monos –algunos protagonizaron poemas como “Los dos monos de Brueghel”–, aunque, cómo les confesó a sus biógrafas, no sabía decir por qué.
 
Anna Bikont y Joanna Szczęsna reconstruyeron también el árbol genealógico de Wisława y conversaron con ella acerca de la relación con su familia y del enorme amor que sentía por su padre, quien murió en 1936, a los sesenta y seis años. La madre, bastante más joven que el padre, murió en 1960, a los setenta y un años:
 
Cuando le preguntamos por qué en sus recuerdos infantiles el padre tiene mucha mayor presencia que la madre nos contestó: “Era con mi padre con quien yo conversaba. Con mamá íbamos creciendo, llevábamos limpios el cuello y los calcetines. Mamá no era pintoresca. Era valiente, y fue zarandeada por una vida que acabó poniéndoselo muy difícil, especialmente durante la guerra.
 
Siempre estuvo muy unida a Nawoja, su única hermana, que murió en 1997. Según contaba la poeta y amiga Ewa Lipska, mientras vivió Nawoja, fue importante para Wisława ir a comer a casa de su hermana, quien le preparaba también botes de comida. Otro de los más famosos y divertidos poemas de Wisława Szymborska es el “Elogio de mi hermana”:
 
En los cajones de mi hermana no hay viejos versos,
ni poemas recién escritos en su bolso.
Y cuando mi hermana me invita a comer
sé que no es con la intención de leerme sus versos.
 
Wisława y Nawoja, que recibieron una esmerada educación, pertenecían a esa generación de europeos que sufrieron los desastres de la guerra y la posguerra. Conocemos poco de la vida y de las dificultades que tuvo que atravesar la familia en la Polonia ocupada. Sí sabemos que Wisława y otras compañeras asistían a clases clandestinas en sus propias viviendas. 
 
Wisława Szymborska pasó de ser una convencida comunista, a adoptar una postura crítica, que la llevó a abandonar el partido en 1966. No volvió a editar sus primeros libros, ni siquiera incluyó estos poemas en sus antologías. Algunos le reprocharon su pasado, incluso cuando en 1996 la poeta recibió el Premio Nobel. Acerca del poema a la muerte de Stalin (“Nada de Su vida pasará al olvido/ Su partido despeja las tinieblas”), que escribió en 1953, le dijo a sus biógrafas: “Lo escribí con toda la sinceridad de mi corazón. Hoy día es imposible comprenderlo”. Sobre aquella época escribió en los años 90:
 
No considero aquellos años totalmente perdidos. Me dieron una resistencia ante cualquier tipo de doctrina que exime al hombre de la obligación de pensar por sí mismo. Sé lo que es ver sólo aquello que uno quiere ver, oír lo que quiere oír y acallar efectivamente todas las dudas.
 
Trabajó durante quince años en la revista Zycie Literackie, donde fue, entre otras cosas, redactora anónima del Correo Literario, una sección en la que daba consejos, con divertidas observaciones muy serias, a poetas noveles que enviaban sus textos:
 
Nos entristece que trate usted el verso libre como la liberación del cualquier rigor. (…)La poesía era, es y será siempre un juego, y no hay juego sin reglas. Lo saben los niños, ¿por qué los adultos lo olvidan?
 
El humor era una parte esencial de la vida y la obra de Wisława Szymborska. En una ocasión escribe:
 

¿Humor? ¿Qué es el humor? En la percepción general, y superficial, significa la fabricación de chistes o una hilaridad bovina. Sin embargo, el humor es realmente la gran tristeza capaz de vislumbrar cosas graciosas.

Sigue leyendo a Carmen Anisa en De nada puedo ver el todo.

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