-¿Qué estímulos encuentra como escritora en el género diarístico?
-Tengo diarios desde los veinte años; diarios que ayudan a sopesar el paso del tiempo en sus márgenes de cambios constantes. Que haya decidido comenzar a publicarlos -en 2013 publiqué La lejanía. Cuaderno de Montevideo– obedece a la necesidad de dejar constancia de los días pasados, aunque en el fondo también late un imperativo que es el de conocerse una misma. El estímulo está relacionado con la propia escritura, con su poder transformador y evocador y, a la vez, testimonial. El diario es la habitación que se llena y se vacía, el avión donde te trasladas de país, el pozo sin fondo de las dolencias afectivas, la maleta que traslada fragmentos de las que soy y fui.
-¿Qué papel en la escritura diarística ocupa la imaginación?
-La imaginación es necesaria; una persona sin imaginación tiene menos capacidad crítica y creativa. Podemos imaginarnos vidas no vividas y, sin embargo, son absolutamente reales. En el poema es donde podemos expresar con mayor abertura la imaginación. Sin imaginación somos seres repetidos, incapaces de sentir la vida con todos sus matices, aburridos y ególatras. No ayuda a la imaginación consumir solo lo que nos dan elaborado, como las series, los partidos de fútbol y, en fin, la mayoría de programas de la televisión. Su consumo diario nos anula la capacidad de imaginar. En cambio, la lectura nos ofrece otro campo de posibilidades donde nosotros somos los principales actores.