Historial es el último ejemplo de una nueva corriente dentro de la literatura de la enfermedad en España. Influenciada por clásicos como La montaña mágica de Thomas Mann, quizás sea el primer libro que aborda la enfermedad desde una perspectiva más técnica -la medicina se refiere a esta literatura como «relatos patográficos»-, Marta Agudo establece con este poemario una intención clara de hablar del dolor («adicción, lapsus del cerebro») sin concesiones. «La enfermedad es el lado nocturno de la vida», reza la cita que abre Historial, extraída de La enfermedad y sus metáforas, de Susan Sontag.
Este ensayo, escrito por la autora norteamericana en 1978, es uno de los libros imprescindibles en la era contemporánea, pues «rompió el tabú de la enfermedad en la literatura», según afirma Juan Gracia Armendáriz (Pamplona, 1965), autor de Diario del hombre pálido , una obra honda y sin artificios que cuenta la historia en 139 días de un hombre enfermo atado a una máquina de diálisis.
Para el pamplonés, El año del pensamiento mágico de Joan Didion fue la otra obra que derribó los cánones establecidos por la literatura de la enfermedad. Este diario en el que la autora narra la enfermedad de su hija y la muerte de su marido es una reflexión sobre el instante: «Te sientas a cenar y la vida que conoces se acaba». De la misma forma que el texto de Didion está repleto de informes hospitalarios y nombres de medicamentos, se agradece la estructura a modo de guion cinematográfico por la que opta y la escritura directa que emplea. Didion mezcla la enfermedad y el duelo en una obra emocionante con imágenes potentes como el pasaje en el que dona las ropas del marido a su muerte. Al recoger sus botas, se pregunta: «Si las entrego, cómo podrá volver».
El diario, género de la enfermedad
El diario es el género que mejor se presta a la hora de abordar textos sobre la enfermedad. En España existen ejemplos que van desde el Diario de un enfermo de Azorín hasta El Mundo de Juan José Millás o Diario de una enfermera de Isla Correyero, un poemario de 1996 que aborda la literatura de hospital más que ningún otro de los contemporáneos. En medio, Leopoldo María Panero con los Poemas del manicomio de Mondragón o Francisco Umbral con Mortal y Rosa también se acercan al diario, pero no es exactamente el tipo de literatura que se corresponde con esta nueva corriente. El primero aborda la enajenación mental y el segundo es un canto lírico al duelo por la muerte de su hijo, pero ciertamente ninguno de ellos se inmiscuye en el dolor físico como lo hace, por ejemplo, Rafael Argullol con Davalú o el dolor . Se trata de un diario-ensayo de 2001 en el que relata, con perspectiva filosófica y reflexiva, su dolor de cervicales en un viaje a la Habana.
Pabellón de reposo (1944), una de las obras más tempranas de Camilo José Cela, es un libro necesario para tomar como referencia desde esta nueva corriente que se aproxima al dolor sin contemplaciones. Cela se desmarca de la perspectiva romántica con la que la literatura había poetizado la tuberculosis a través de la historia de siete enfermos terminales. «Los últimos instantes de la tuberculosis no son, en verdad, tan hermosos como han querido presentárnoslos los poetas románticos», escribe la señorita del 14, pues los personajes no tienen nombre, sino que son llamados por el número de su habitación. Tan latente se percibe el dolor físico en la obra que fue prohibida en sanatorios de tuberculosos como los que visitó el autor antes de escribir el libro.
Si se escribe en primera persona, «será una literatura más encarnizada», apunta Marta Agudo, a la que sólo le hicieron falta cuatro horas en una residencia de enfermos mentales de Zaragoza para compartir esa «revelación» a través de su último libro. Por su parte, Olvido García Valdés (Asturias, 1950) fue reconocida con el Premio Nacional de Poesía en 2006 por su libro Y todos estábamos vivos donde dialoga sutilmente con la enfermedad. En general, su trayectoria contiene pasajes dedicados a las dolencias o las patologías, utilizando como símbolo a una polilla que aparece en toda su obra -su poesía reunida recibe el nombre de Esa polilla que delante de mí revolotea– porque «la aparición del animal señala la extrañeza que a veces se siente de estar vivo».
La mujer, un cuerpo en eterno conflicto
En general, las mujeres han tenido una implicación especial a la hora de abordar la literatura de la enfermedad. Según Olga Muñoz Carrasco, la razón estriba en que «la mujer convive con su cuerpo de manera más radical». En efecto, «la vida del hombre es lineal y la mujer es cíclica; por tanto, la menstruación, el parto, la lactancia y la menopausia, todas relacionadas con el dolor, hacen que exista un diálogo más íntimo con el cuerpo», concede Marta Agudo. Por su parte, Marta Sanz, que acaba de publicar Clavícula , una novela que a priori parece la confesión de una hipocondriaca, se refiere al cuerpo femenino como un «espacio de conflicto y contradicción en una sociedad que nos reduce al estereotipo -musa, santa, madre, puta-, por lo que las mujeres nos rebelamos».
Clavícula es, antes que una honesta confesión emocional, un valiente ejercicio de escritura, tan implacable como reflexiva y política. La enfermedad sin nombre, aunque real porque se siente y duele, es el punto de partida de una posición ideológica desde la que denuncia la precariedad laboral de su gremio -«somos el proletariado de la letra»-, así como la desigualdad de sexos, responsable según la autora de enfermedades como la que ella padece. «El cuerpo es lo que nos duele por la presión biológica y la presión social», denuncia Sanz, al tiempo que explica que «las injusticias en el trabajo repercuten en la salud física y mental de mujeres sobreexplotadas en el ámbito familiar y laboral». Clavícula es una reivindicación del derecho a estar enfermo desde un punto de vista optimista y tratado «con la menor dosis de cinismo posible».
Chantal Maillard (Bruselas, 1951) y María García Zambrano (Alicante, 1973) son otras de las mujeres que han tenido muy en cuenta la mirada y la perspectiva a la hora de insertar la enfermedad en la literatura. La primera, que cuenta con obras tan importantes como Matar a Platón, Premio Nacional de Poesía en 2004, o La mujer de pie en 2015, propone «escribir el dolor / para proyectarlo / para actuar sobre él con la palabra». Mientras, García Zambrano, autora de La hija, un emocionante poemario que relata la enfermedad de quien da nombre al título, es partidaria de «enfrentarse con el miedo a través de la escritura para neutralizarlo». Existen obras anteriores escritas por autoras inolvidables que referencian esta inseparable relación de la mujer y su cuerpo.
Por ejemplo, Estar enfermo de Virginia Woolf, en la que afronta la enfermedad como un cambio del espíritu y expresa un lamento porque no tenga en la literatura el prestigio que merece, o Réquiem de Anna Ajmàtova, en la que la poeta rusa se retrata a sí misma como una mujer que enferma físicamente a partir de dolores emocionales, como estar perseguida por el gobierno de Stalin o la encarcelación de su hijo.