José Corredor-Matheos, Corredor de fondo. Hay memorias donde sabemos del autor por lo que este dice de sí; otras por lo que dice del mundo. Las del poeta y crítico de arte Corredor-Matheos son de las segundas. Por eso habla poco de su poesía, pero recrea por extenso la vida cultural de y desde Barcelona. En estas páginas figuran los que salen, muchísimos; pero también, a rebufo, los que no salen o lo hacen de perfil (curiosa la lateralidad del grupo de Barral). El libro es un fresco de una ciudad y un país desde mitad del XX hasta hoy; y, a su través (vuélvase a la casilla de salida), un registro de la palpitación de un hombre.
Carlos Barral, Usuras y figuraciones. Editor de éxito y excelente memorialista, Carlos Barral es poeta sin discípulos (y sin maestros españoles, pero eso corre de su cuenta), pese a que proyectó sus memorias como notas al pie de sus poemas. Frecuentador de clásicos latinos, parece esquivar el romanticismo: no solo el español, proclive a desbordamientos que él rechazaba, sino también el inglés, más “prosario” y dado a modular los sentimientos. Frente a la condena romántica de la palabra, y a la subsiguiente y paradójica proclamación del silencio, Barral es un poeta eminentemente verbal y refractario a la efusión emotiva, esteta de sensualidad plástica y voyeur escasamente concernido por el mundo. Esta nueva y pulcra edición de sus poesías completas permite ver la secuencia desde sus temas fundantes como el mar, el recuerdo, la conciencia civil…, hasta el que termina enseñoreándose de todo: las usuras del tiempo en forma de erosión y ruina.
Luis Feria, Obra poética y cuentos. El volumen recopilatorio de Luis Feria, reimpresión del de 2000, presenta facetas difíciles de conciliar. Mientras fue autor “generacional” (Conciencia, 1962), es un buen poeta en la cuerda de otros: el candor de infancia remite a Sahagún, la fluencia armónica al primer Brines, algún ramalazo patético a Otero. Su vida pública madrileña fue de un largo silencio creativo. Anclado definitivamente en su Santa Cruz de Tenerife natal, cuando reaparece ya es otro, o más bien otros: el de las deliciosas prosas elegiacas de la “inmensa provincia” infantil (Dinde, 1983); el de las retorsiones verbales, erotismo retozón y plétora de lo cotidiano (Salutaciones, 1985; Del amor, 1988); y el de las lápidas terminales de Arras (1996).
María Victoria Atencia, Marta & María. Tras 15 años de silencio, “María Victoria Serenísima”, según la llamó Guillén, publicó en 1976 Marta & María, ahora reeditado. Tan joven hoy como hace cuatro décadas, en este libro alienta una espiritualidad dual, como la de la monja gitana de Lorca o la de la pareja evangélica del título: domesticidad y vuelo, claustro y naturaleza, clasicidad y selva de símbolos. La pulcritud y la hermosura van de suyo en estos poemas de alejandrinos mecidos al compás de los cuerpos celestes.