Poetas contra el machismo: las creadoras construyen su genealogía literaria

Jorge Manrique, Antonio Machado o Gabriel Celaya. A veces, algún poema de Sor Juana Inés de la Cruz o de Emilia Pardo Bazán. Casi nunca de Ana María Moix o Ángela Figuera. Por eso, cuando una poeta comienza a alimentarse (literariamente) por sí misma encuentra un sinfín de autoras que le han sido negadas. Comienza un proceso de investigación que desemboca primero en la fascinación del explorador y luego en el enfado. Las creadores más jóvenes buscan respuestas de otras voces. Muchas mujeres comienzan escribiendo con una voz masculina, de forma inconsciente, porque reproducen lo que leen. Sus bibliotecas están llenas de autores masculinos entre los que se intercala alguna escritora. “Chimamanda Ngozi cuenta que ella, siendo mujer y africana, hacía sus primeras historias con niños blancos y rubios que desayunaban mermelada como protagonistas. Eso es porque nos ofrecen pocos referentes en los que mirarse”, explica Sofía Castañón, poeta y diputada y secretaria de Feminismo Interseccional y LGTBI de Podemos. Como muchas creadoras, ella comenzó a tejer su genealogía literaria en un proceso que dio como fruto el documental ‘Se dice poeta’, para el que entrevistó a 21 mujeres que habían nacido entre 1974 y 1989 para charlar sobre su obra y su repercusión.

El lenguaje no solo describe, también crea. Por eso, estas mujeres (que juegan con la palabra) consideran fundamental analizarlo. El nombre de este documental que Castañón estrenó en 2014 contenía una reflexión sobre por qué en algunas ocasiones se habla de ‘poetisa’ en vez de ‘poeta’, una cuestión que ha sido debatida en varias ocasiones. “El término ‘poetisa’ se usa desde el siglo XVIII con una carga peyorativa muy fuerte. Los poetas hacían textos trascendentes, mientras los poetisos los recitaban como divertimento”, explica Castañón. Si “periodista” se utiliza para los dos géneros, no encuentra razón para que no se aplique la misma norma para “poeta”. Para Castañón es solo un detalle, pero de lo anecdótico se nutre también la macroestructura machista.

En la mayoría de las ocasiones, las poetas van tejiendo en silencio su propia red de influencias. Ana Castro, autora del visceral libro ‘El cuadro del dolor’ (Renacimiento, 2016) en el que habla de la mujer-raíz, no recuerda cuál fue la primera escritora a la que leyó, pero si hay un nombre que la marcó profundamente: “Yo comencé a leer poesía en el instituto y en nuestros libros de texto hay un gran silencio y olvido de las voces de ellas. Sí que puedo incidir en la primera poeta a la que leí concienzudamente: Juana Castro. Por aquel entonces yo colaboraba en la revista de mi instituto y me encargaron hacerle una entrevista. Jamás pensé que entonces se estaba produciendo uno de los hechos más importantes de su vida, porque la poesía de Juana ha marcado completamente la mía y ella a mí”.

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