
En 1929 Elisabeth Mulder decidió componer su propia sinfonía, enjalbegada de rojo, como una llamada de atención, como una alerta. Contaba con los medios precisos para tal efecto, el verso, la musicalidad del lenguaje propia del simbolismo francés. Influenciada por el decadentismo, por los malditos, Verlaine, Barvery d’Aurevilly, Charles Baudelaire, a quien introduciría en España con sus traducciones y a quien ella se refería como Carlos Baudelaire1 , pero también Rubén Darío muy presente en poemas como «Yo que busco el ritmo», el neogongorismo, la tradición moderna en definitiva que serviría a otros poetas contemporáneos para componer y crear una vanguardia a la que ella no llegó, y no lo hizo por negarse a las corrientes estéticas más vivas, sino porque antes de dejar que madurara su voz poética, le asaltó una voz narrativa que terminó poseyéndola.

[…] Ya se pregunta en «Roja, toda roja»: «¿que había de ser yo / sino una llama viva?». El fuego purificador, necesario para el resurgir real de algo verdaderamente nuevo. En ese torcer, ladear, sesgar, en ocasiones, hacia un lado que parece resultar a simple vista el correcto, se trata, sin embargo, de una opción en contra de todo lo vital, alejado de la voluntad y de la libertad del individuo y aunque da la impresión de ser la opción definitiva, sin embargo, la balanza se inclinará al final de la parte de la vida, la que solo posee esa «resplandeciente criatura de juventud», como la definió María Luz Morales, que rompe con lo establecido y renace, de las cenizas, a una nueva sinfonía, a un universo nuevo.
(Del prólogo “Resplandeciente criatura” de Pepa Merlo)
El surco
Yo soy el surco. La simiente
la da el amor, la da el dolor.
Hay mil vidas en estado latente
en mi extraño y oscuro interior.
Llantos son lluvias: las recojo.
Dolor es sol: que yo lo beba.
¿Qué flor daré, qué lirio rojo
de las entrañas de mi gleba?
¿Qué orquídea negra o qué dorada
espiga se halla conmigo?
¿Qué vida fatal y sagrada
de orquídea, o de lirio o de trigo?
Yo soy el surco. Dejaré
que germine toda simiente
en el arcano de mi fe
y en el laberinto de mi mente.
El surco soy: fecundaré.
Mi savia daré a la siembra.
Mi propia carne le daré,
igual que un ser que se desmiembra.
Y al arrancarme la cosecha
me sentiré una creadora
y aún sonreiré, si por la brecha
toda mi vida se evapora…