María Prado Mas: «La poesía no es una impostación de la lengua, sino un modo de sentir y estar en el mundo»

En 2015 publicaste tu primer libro de poemas, “Cartografía del territorio imposible” ¿Desde cuándo escribes poesía?

Desde que me encontré con ese lenguaje, primero en las voces de mi abuela Concha y de mis padres, después en el colegio y, sobre todo, desde que en la adolescencia una profesora de Literatura, en el instituto, me enseñara y me prestara libros de poesía. Recuerdo como si los estuviera viviendo ahora los instantes en que leí por primera vez en el aula un fragmento de la Égloga primera de Garcilaso, elAsomaba a sus ojos una lágrima de Bécquer, los Sonetos del amor oscuro de Lorca, San Juan… y, sobre todo, Cernuda… que me regaló la sensación de que alguien a quien nunca conocería me hablaba precisamente a mí, y me descubría, de paso, más de mí misma que el resto de la vida que me rodeaba. En el instituto, oír aquellos versos fue como encontrar la lengua en la que no solo yo quería hablar, sino en la que descubrí que sentía el mundo.

¿La poesía está muy presente en tus clases de secundaria?

Está presente siempre…  pero en el aula es mi trabajo pendiente: transmitir lo que es la poesía a mis alumnos y alumnas… pero el desprecio inicial que sienten, por su creencia en la dificultad del lenguaje poético o sus prejuicios acerca de los contenidos, me echa tanto para atrás que hay años en que renuncio a ese intento…porque me duele demasiado esa batalla… que, además, se enmarca en unos planes de estudios que no acompañan, precisamente, una dedicación en profundidad a este tema. Pero mi objetivo es que me crean y puedan leer poesía y sentirla con facilidad, que descubran que no es una impostación de la lengua sino un modo de sentir y de estar en el mundo, a menudo más cercano y directo que ningún otro. Algo hacemos regular para que lleguen con tanta reticencia a la poesía… no podemos quedarnos solo en que midan versos, porque entonces se quedan fuera… En el aula, además, sucede que siempre hay estudiantes que no destacan en otras cosas de las clases y en poesía no solo se emocionan sino que la sienten y la entienden más rápido que los demás… y eso es una enseñanza inmensa que puede ofrecer la poesía sobre las distintas capacidades de cada cual y el camino en el que debería andar la educación: sacar de ti lo mejor y lo que más feliz te haga.

En tus dos poemarios es muy notable la presencia de lo cíclico, de lo estacional. Aparecen primaveras, lluvias, noches que preceden a amaneceres… De hecho, la idea aparece, en toda su complejidad de vida y muerte, en toda su paradoja, en el monumental poema con el que cierras tu segundo libro, “La casa”.

Sí. A mí me gusta mucho la naturaleza y una de las cosas que más me gusta de ella es la observación precisa que nos permite del ciclo vital y que, en los seres humanos, vemos con mayor dificultad porque es más lenta. El tiempo y nuestro paso por él es algo repetido en la poesía y en el pensamiento, cómo no escribir sobre la decadencia de los cuerpos y de las capacidades cuando has estado en la cumbre de la fuerza, de los deseos, de tu propia belleza… cuando tienes un hijo o una hija que crece y un padre y una madre que envejecen… y frente a tu balcón un árbol cuyas hojas en primavera aparecen por sorpresa y te ocultan la fachada de en frente durante el verano y luego van desnudándose y volviéndote a dejar ver la piedra en otoño e invierno… A veces ser ciclo concede cierta paz, sentirte nada necesaria, sentirte una pieza más de la maquinaria maravillosa que es vivir, y a veces, por el contrario, nacen las angustias y el desasosiego. Pero a mí, en general, me da paz saber que pasaré como los árboles o la hierba y que el mundo seguirá sin mí tranquilamente. Si sobre todo esto hubiera un dios, el sentimiento de ciclo no tendría este sentido, claro.
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