Sentados al lobby del hotel Soratama y acompañados por unos cuantos amigos, nuestra conversación empezó con el tema de la impuntualidad de este escritor y una corta anécdota sobre el poeta chileno Nicanor Parra. De la primero dijo —para perdonar mi falta— que tenía un libro de poemas llamado Catorce vidas y de lo segundo, que la causa de su afecto hacia el antipoeta iba un poco más allá de su talento; en él había encontrado el elemento liberador del humor y la más sofisticada de las inteligencias.
Así dimos comienzo a nuestra conversación:
—¿Cómo te defines a ti misma?
—Como una persona movilizada por el lenguaje. Como alguien que siente que en las palabras se están jugando cosas muy grandes, y que apuesta a ese juego. Un juego a veces serio, a veces no tan serio.
—¿Si, hipotéticamente hablando, yo viniera de una civilización más avanzada en un futuro distante, y te dijera: “Cada vez que pronuncias una palabra, en el mundo de las ideas existe una maquinaria que convierte las palabras en cosas materiales”, me creerías?
—No. No te creería. Pero me gustaría creerte; sobre todo en lo referente a decir palabras hermosas; palabras para el bien; entonces me gustaría creerte.
—Nadie creería que las palabras tienen esa capacidad.
—Podría ser verdad que las palabras curan y matan. Podría darse en contextos muy especiales, en personas con sensibilidades muy especiales.
—Yo siempre he creído en la posibilidad real de que lo primero que hubo fue una palabra.
—Los antropólogos hablan de que fue la palabra “no”. Es una hipótesis, porque no lo sabemos, y seguramente no lo sabremos nunca. Sería la palabra “no” porque es la que, de algún modo, protege la especie. Cuando un padre o una madre le dicen al hijo “no toques el fuego que te vas a quemar”, “no te subas a esa mesa y te lances de ahí porque te harás daño”. Es el “no” como un límite; la posibilidad de evitar ese peligro. Pero no lo sabemos.
—¿Qué consideras que has sacrificado en pro de las palabras, de la literatura?
—No usaría la palabra sacrificar; porque sacrificar es “dejar de”, “perder algo”. Yo diría que las palabras me han dado mucho. Me gusta pensar que las palabras me han dado consciencia, posibilidad de pensar al otro, a uno mismo, el entorno, el tiempo, al mundo, la vida, la historia. Por ello no usaría la palabra “sacrificar”. Porque sacrificar es “perder algo a favor de”. Y Yo diría que las palabras me han dado más intensidad, más experiencia, del dolor, del placer. Para mí escribir no es dejar de vivir; es vivir de otra manera.
María Ángeles Pérez empezó a escribir a la edad de doce años, en un hogar no relacionado con la literatura. Edad en la que descubrió a poetas como Rafael Alberti, a San Juan de la Cruz, a Federico García Lorca, como planetas, como enormes Vías lácteas. Universos que no conocía y a los que podía sumarse. Al pasar de astronomía a física volvimos a Nicanor Parra, quien fue profesor de física y matemática.
—Los dioses caen del Olimpo —dijo maría Ángeles—. Dios murió, dice Nietzsche, fue sustituido por los poetas. Y dice Parra: “Ellos también”, los poetas. O sea, el Olimpo es un lugar vacío. Lo que hay son ciudadanos, gente con sus virtudes y sus dificultades.
La poeta no define sus influencias, ya que considera que hay cosas y autores que trabajan en ella de forma inconsciente. Escribe poesía además de textos académicos; ensayos, críticas, prólogos, reseñas. Y considera importante la crítica literaria, pero agrega que ésta tiene un papel secundario.
—Lo que tiene que hacer el crítico es leer de la manera más cuidadosa, pero siendo muy respetuoso —dijo—. Si yo leo a Parra, por ejemplo, no lo puedo convertir en mi obra. Yo lo que puedo es intentar documentarme muy bien. Lo que hago es divulgar, dar a conocer esa obra. Mientras que la poesía como creación es lenguaje de primer grado; estás creando algo que no había. No quiero decir que no se pueda hacer una crítica académica. Pero cuando se hace, ésta debe ser respetuosa con el autor o autora sobre la que se está hablando. La crítica académica debe ser muy cuidadosa con los datos, los nombres que da y los conceptos que maneja. Debe ser lo más creativa y sugerente posible. Si yo hago, por ejemplo, un trabajo de Octavio Paz, debe servir para que quien lea ese trabajo se interese por la obra de Octavio Paz y no lo contrario.
—Dame una palabra de tu poesía.
—¿Pueden ser tres pero son dos en realidad? —dijo y rio—. Tengo un título: Carnalidad del frio, de un libro que me gusta mucho. El frío sería como la muerte, la soledad, el tiempo, y lo carnal sería la vida por la vida, la lucha, la apuesta, una apuesta total e irracional, sobrecogedora. Quizá en esos dos términos, de modo dialectico, yo creo que hay algo de lo que escribo.
—Sí, un frío carnal o una carnalidad del frío. En algunos de mis poemas aparece la palabra Irak, Gaza, es decir; hay cierto dolor en ella y al mismo tiempo una resistencia, el deseo de apostar por la vida.
—¿Crees que la muerte y la vida concilien de un modo que no sea dialéctico?
—Sí. Creo que somos nosotros quienes lo vemos de ese modo. Pero están entreveradas constantemente. De algún modo somos tiempo que se va acabando; pero también, nuestras células cada cierto tiempo se regeneran, nuestro organismo se regenera en su totalidad. Sería un poco como el Gato de Schrödinger, que está vivo y muerto a la vez; hasta que abrimos la caja y decidimos si vive o muere.
—Una frase de tu poesía.
—Un puente que quiere llegar a alguna parte. Un puente sobre el mar, sobre la luna.
—Un agujero de gusano.
—Sí —dijo y rio—. Que está conectando mundos. Eso sería precioso. Una forma de pelear contra la entropía. Un ejercicio a la velocidad de la luz. Tengo un libro que se llama La sola materia; es sobre los objetos cotidianos, sobre la pequeñísima épica que podría haber por ejemplo en una cuchara en particular. Estoy convencida de que conocemos muy poco del mundo.
—¿A quién lees con ahínco?
—A Blanca Varela. A Cesar Vallejo.
—¿Qué ritualidad religiosa tienes?
—No tengo en realidad ritualidad religiosa. Pero mi formación viene del catolicismo. Y viene de una aspiración por construir, al encuentro, lo que pasa por el respeto, por el conocimiento, por la diferencia, por la paz. Pasaría por muchas instancias. Por la relación con los animales.
—¿Crees en Dios?
—Sí. No sé bien cómo es ese Dios. Quiero decir que no creo que tenga un solo rostro, pero creo en Dios como bien.
—¿Has tenido que discutir con alguien la concepción relativa del bien y del mal?
—Sí. Es verdad que en el ámbito de la modernidad se ha visto la revolución como una forma de bien; pero experiencias revolucionarias a lo largo de la historia nos muestran que el sufrimiento ha sido enorme. Yo no me imagino una palabra bien para una colectividad, pero sí intento imaginarla para un individuo; desde luego para el objeto, para una planta, para el animal. Respeto para el otro, lo otro, que es muy distinto a nosotros.
—Si yo viniera del espacio, de un futuro lejano, hipotéticamente, y te digo: “Encontré a Dios y lo maté”. Y te muestro un brazo o su corazón como prueba. Y tú dices, “es verdad, Dios está muerto”, en ese caso ¿qué te motivaría a continuar?
La poeta contuvo el aliento y dijo después de un suspiro:
—Yo creo que en realidad la apuesta de la vida por la vida que está dentro de uno también trabaja. No es algo exterior a uno. Igual que el mal, que tampoco es exterior a uno. Entonces, si trajeras el brazo de Dios yo te diría: “Bueno: el problema es el brazo que hay dentro de mí. La parte con la que yo puedo construir”. Mientras que haya ser humano sobre la tierra, puede ocurrir lo peor, o también lo mejor. Dios para mí no es solamente una potencia externa, sino también la parte de consciencia que tiene cada uno de nosotros. Es responsabilidad individual. A cada uno le corresponde una parte de esa conciencia de construir. Tenemos una relación con el mundo que lo modifica a nuestra escala.
—¿Qué te saca de una depresión?
—Dos hijos que dicen: “¿Mamá, dónde están mis zapatillas?”, “¿mamá, dónde está el bono del autobús?”; “mamá, necesito dinero; mamá, ayúdame con las tareas; mamá, esta chica no me ha mirado… No puedo permitir deprimirme.
—¿Qué consejo le darías a alguien que desconoce el valor de la poesía?
—Intentaría no darte concejo. Intentaría llegar con un muy buen libro y sentarme a tu lado para que percibieras tanta pasión y tanto interés, al punto que dijeras: “Voy a leerlo”; y a lo mejor me lo llevo para dejarte con las ganas. Más que concejo, sería el compartir algo. Y si no te convenzo con un libro, probaría con uno y con otro, sin plantearlo como una obligación ni como un concejo ni como una receta para tu vida.
María Ángeles Pérez es una mujer apasionada, que en lugar de temas, considera que tiene obsesiones por las personas, las situaciones, las cosas, pero que intentan convertir dichas obsesiones en arte. Una mujer que considera que nuestra época está llena de poetas extraordinarios, y que, en lugar de decaer, la poesía progresa y se eleva aunque ya todos los temas se hayan puesto a su servicio.
Fuente: Elbert Coes/Mal Bicho