Lo que no tiene nombre, de la escritora colombiana Piedad Bonnett, llegó a mis manos de manera casual. Pensé que no iba a leerlo, pues la trama era tan dolorosa que en aquel momento no podía enfrentarme a ella. Sin embargo, parece como si hubiese libros que no eligiéramos; que fueran ellos los que nos eligiesen a nosotros. Cuando leí la primera página supe que no abandonaría aquella historia.
Piedad Bonnett escribe Lo que no tiene nombre tras la pérdida de su hijo Daniel, un joven artista de 28 años que se suicida en Nueva York, después de haber convivido con una enfermedad mental durante ocho años. Había luchado, había conseguido controlarla, pero nunca estuvo a salvo de ella.
De manera directa y a la vez poética, con sentimiento y sin sentimentalismos, Piedad Bonnett nos cuenta la historia de su hijo y crea un relato a partir de su experiencia, de sus emociones y reflexiones como madre. A través de la literatura se trata de comprender el dolor, de aceptarlo y de seguir viviendo. El libro, como ha señalado su autora en alguna entrevista, acaba convirtiéndose en un canto a la vida. Piedad Bonnett logra mantener vivo a su hijo en las palabras: “Yo he vuelto a parirte, con el mismo dolor, para que vivas un poco más, para que no desaparezcas de la memoria. Y lo he hecho con palabras, porque ellas, que son móviles, que hablan siempre de manera distinta, no petrifican, no hacen las veces de tumba”.