Poeta y novelista, Piedad Bonnett (Amalfi, 1951) es una de las autoras más leídas en Colombia. Su trabajo literario ha recibido numerosos premios, entre ellos el Casa de América, en 2011. Luego del desgarrador testimonio del suicidio de su hijo Daniel en Lo que no tiene nombre -libro con el que fue finalista del premio Rómulo Gallegos- vuelve al ruedo editorial: Lumen acaba de publicar en un volumen una muestra significativa de su poesía.
En varias entrevistas usted ha dicho que la poesía no es masculina o femenina. Después de leer su obra poética para reunirla en un libro, ¿qué acentos de otras poetas encuentra en su trabajo? ¿Le debe más a los versos escritos por hombres o por mujeres?
Cada época de la vida trae influencias distintas. Hubo un tiempo en que leí mucho y deliberadamente la poesía de las mujeres, pero desde hace años me dejo atraer por cuestiones diferentes al género. Así que tengo influencias de poetas hombres y mujeres. Estos son muy distintos entre sí, y pueden influir de manera muy distinta en mi poesía, a veces de manera poco visible. Algunos de ellos son Machado, Vallejo, Neruda, Borges, Olga Orozco, Eliseo Diego, Blanca Varela, José Watanabe, entre los hispanoamericanos. Y Baudelaire, Philip Larkin, Charles Simic, Wislawa Szymborska, entre muchos otros de los escritores en otras lenguas.
De la tradición poética colombiana, ¿qué voces le ayudaron a encontrar la suya? ¿Qué opinión tiene de la lírica nacional?
Muchas voces de la literatura colombiana me han influido, pero hay algunas que lo han hecho más que otras. La primera, la de José Asunción Silva, un autor que leí en mi adolescencia. Otra muy importante, la de Juan Manuel Roca, a quién leí cuando tenía unos 18 años y cuando ya quería ser poeta: sus libros fueron muy seductores para mí y me dieron muchas claves. También me han influido las voces de Álvaro Mutis y de José Manuel Arango.