La memoria de Ida Vitale llega muy lejos. Recuerda que de niña, en el salón de una casa en Montevideo, después de la cena se desplegaban los mapas sobre la mesa y su familia, de ascendencia italiana, seguía la guerra de España recreando los últimos avances que contaban los periódicos y la radio.
Son recuerdos remotos de una persona de 92 años, intelectualmente robusta y con energía para despachar casi de noche una sesión de fotos y una hora de entrevista, y después seguir discutiendo con su marido, Enrique Fierro, sobre si los poetas sicilianos son, en general, los mejores de Italia. “Todavía mi límite es más físico que psicológico”.
La uruguaya Ida Vitale recogió la semana pasada en Madrid el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el máximo reconocimiento en su género. “Una sorpresa. Y un poco tarde. Tarde, no por otra cosa que por la edad, que complica un poco más la existencia”, decía hace un par de semanas en su casa de Austin (EEUU). “Siempre que ha habido un reconocimiento me ha parecido un exceso. Siempre es como un milagro. Uno se pregunta quién y por qué tuvo esa peregrina opinión”.