El tesoro de «Hainuwele»

La editorial Tusquets publicó en 2009 Hainuwele y otros poemas de Chantal Maillard. En ese volumen la autora reunía lo que consideraba que debía permanecer de la primera etapa de su poesía. Acerca de Hainuwele, Chantal Maillard explicaba: “siempre ha sido, para mí, el libro más querido y el único del que nunca me arrepentí de haber escrito». También Hainuwele, el personaje, es para Chantal su “álter ego más querido”: “Vive en mí aun cuando la pierdo. Para recuperarla, me basta con percibir el olor de los helechos en los bosques europeos o el sonido de las hojas secas, olfatear el viento del norte cuando llega a la costa cargado de olores…».
 

Hainuwele ha seguido recorriendo los bosques desde que su autora la creara. El libro fue compuesto en el verano de 1988, durante una estancia en la India Con él, Chantal Maillard consiguió el XV Premio de poesía Ricardo Molina de Córdoba y fue editado por el Ayuntamiento de Córdoba en 1990. Once años después Hainuwele renació en Lucena. El poeta Lara Cantizani, que dirigía entonces la colección Cuatro Estaciones, del Ayuntamiento de Lucena, decidió reeditar el libro, y me eligió para que lo presentase. Ambos trabajábamos en el mismo instituto, y más de una mañana nos encontrábamos enredados en alguno de los versos de Hainuwele.

Todo era especial en cierta forma; quizás porque a la mayoría de los que participábamos en esa aventura nos estaban sucediendo muchas cosas en nuestras vidas. Lara me prestó la primera edición, como un tesoro; y tuve que devolvérsela, claro. Pero poco tiempo después, conseguí encontrar un libro escondido en un anaquel de una librería de ocasión en la Plaza de la Corredera de Córdoba.

Aquel ejemplar me había estado esperando. Lo compré, y en el 2009 su autora, después de una conferencia en Lucena, y sorprendida al ver su querido libro, me firmó una dedicatoria que acababa así: “espero que te acune”. Habían pasado ocho años desde aquella tarde del 27 de abril de 2001, cuando en el Castillo del Moral de Lucena, Hainuwele había renacido. El texto que sigue fue la presentación que leí entonces:

El deshielo nos regala a Hainuwele, y se abre así otro ciclo en “Las cuatro estaciones”, una colección gestada con la idea de publicar antologías de las voces más prestigiosas de la poesía actual. Pero Hainuwele es un libro distinto, una obra nueva. En 1990 con una primera y excepcional versión de la misma, Chantal Maillard obtuvo el premio Ricardo Molina; sin embargo, una tirada corta y una distribución limitada impidieron que el libro se difundiese como se merecía. Hace unos meses tuve la oportunidad de leer aquella primera edición.

La he releído después, junto con la maqueta de la nueva, por el placer de aprender de ese proceso creativo que ha llevado a Chantal Maillard a realizar variaciones aparentemente pequeñas. Ha modificado algunos versos y otros han cambiado de lugar o han desaparecido. De ese modo ha logrado que el libro adquiera una mayor intensidad lírica. Con su sabiduría de artista ha redondeado esta obra, cerrándola como un círculo perfecto.

       
Hainuwele posee una pluralidad de sentidos, y de lecturas. Nos dejamos llevar, en un principio, por su sencillez expresiva. La poesía recupera su ser primigenio, pues son versos para ser oídos. Resuenan en nosotros como el rugido del mar, como los árboles que crecen, como “el murmullo de todo lo que vive”. Desde el poema inicial, la fluidez de sus palabras nos transporta a un mundo de una inusual riqueza metafórica.

Esas metáforas parecen venir de lejos, como si se hubieran construido por sí mismas, como si la mano de su creadora apenas las rozara. Es un libro unitario en el que cada una de sus imágenes guarda relación con un todo, que adquiere su sentido final en el juego de la danza, el lugar en el que los elementos convergen y en el que nada tiene ya nombre.   

En Hainuwele hay un mito como telón de fondo. Su historia nos puede ayudar a conocer mejor uno de los significados últimos de esta obra, pues un artista no elige un mito al azar. Es más, para cada uno de nosotros existe al menos un mito que nos acompaña a lo largo de nuestra vida y cuya historia se engarza a nuestro pensamiento. La Hainuwele mítica es una divinidad que procede de la mitología oceánica. Al igual que en la tradición judeocristiana hablamos del Paraíso, para las tribus de los manrind-anim de Nueva Guinea hubo un tiempo anterior al tiempo histórico, a aquel que se caracteriza por la mortalidad.

En ese tiempo remoto una muchacha nació de la sangre de un cazador, cuando éste se cortó un dedo mientras ascendía por un gran cocotero; por eso la llamaron Hainuwele, “rama de cocotero”. Con ocasión de un festival, Hainuwele bailó durante nueve días, distribuyendo los dones a la tribu. Pero, al acabar su danza, los asistentes arrojaron el cuerpo de la muchacha a una zanja. Cuando el cazador descubrió que Hainuwele había sido asesinada, despedazó el cadáver y enterró sus miembros por lugares distintos. Al cabo de un tiempo nacerían de ellos los tubérculos, el principal alimento de la humanidad. No es un mito tan alejado de nuestra cultura. Algunos estudiosos lo han enlazado con Perséfone que desaparece en las profundidades de la tierra, y como ella se vincula a las fuerzas vegetativas.
 

En el mundo creado por los poemas que conforman Hainuwele subyace otra lectura: la mística, el itinerario hacia el Absoluto, llámese Dios, con cualquiera de sus nombres, o Abismo, o Nada. Hainuwele recorre el bosque, habita en los seres que lo pueblan, y esos seres la habitan. Su canto es un canto de amor, un deseo de abandonarse, de fundirse con lo que ven sus ojos, pues en todo está el Señor de los bosques. Esa unión perfecta sólo será posible cuando acabe su danza, cuando pierda su nombre y renazca en todo lo que es.
 
Con Hainuwele seremos el aire capaz de soportar el vuelo de los pájaros, las raíces que crecen bajo la tierra, las frutas, el animal que sangra o la gota de rocío. Dormiremos en los “recodos sombríos de una nuez” y viajaremos tan lejos que nos atreveremos a abandonar, al menos por momentos, las ciudades interiores que, en palabras de Chantal Maillard, se “edifican alrededor del centro de nosotros mismos, llegando a menudo a ocultarlo por completo”. Esas ciudades en las que “nos asentamos” y “nos dormimos”.
En Hainuwele está Chantal Maillard –una de las voces más interesantes y lúcidas de nuestra poesía–, capaz de crear un mundo poético coherente, fruto de una sabia reflexión. Para Chantal Maillard la poesía ha de ser “expresión inmediata, sencilla, que capta el objeto justo entre su movimiento y su quietud, entre su tiempo y su eternidad, entre su ser-objeto y su no-ser-nada.”  Es una manera de conocer, de aprehender la realidad. En este mundo en que vivimos, donde cada vez triunfa más la nadería y la estulticia, sus palabras nos llegan como aire fresco que despierta lo más profundo de nosotros.
Chantal Maillard es maestra en dos géneros literarios, el ensayo y la poesía, y posee un bagaje intelectual fuera de lo común. Doctora en Filosofía Pura, y profesora de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad de Málaga,  es especialista en filosofía india, y ha escrito numerosos ensayos de filosofía y estética. Para Chantal Maillard la escritura ilumina las hebras de esa trama que es nuestra vida.
 
La lectura es otra manera de dar luz a ese tapiz que conforma nuestra existencia. Por eso les invito a todos a adentrarse en el bosque de Hainuwele, sin prejuicios. Cambiemos la dirección de nuestra mirada, olvidemos el miedo y veamos, por unos instantes, el pequeño universo que habita en el interior de cada uno de nosotros.

Fuente: Carmen Anisa/De nada puedo ver el todo.

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