Buscando amor como la sangre: “Siamesas”, de María Ramos

«Hasta qué punto mi cuerpo existe como realidad y no como un objeto dirigido por otros. Hasta qué punto mi cuerpo es un espacio propio”.  (María Ramos).

Esta ópera prima de María Ramos, fue muy del aprecio de la fundadora y editora de El Gaviero, Ana Santos. Esto suscitó mi interés, sin haber abierto una página ni conocer nada de la obra de la autora almeriense, residente en Sevilla. Curiosidad que se transformó en admiración y gratitud.

Cuando hablamos de feminismo, hablamos desde una larga trayectoria de emancipación, justicia, igualdad, cultura y cuerpos reprimidos, menospreciados o mercantilizados, desposeídos para los usos reproductivos, las ofrendas a los dioses o amos de la Ciudad.
Mucho se ha teorizado, desde los feminismos, sobre el cuerpo, la biopolítica, pero poco se ha avanzado, porque el corazón y la mente de la mitad de la población humana, masculina, encuentra una gran dificultad en “comprender” y empatizar con lo que supone ser mujer, corporal y socialmente.

Cuando leí Siamesa (El Gaviero Ed., 2015), de María Ramos, lloré, como llora un huérfano, un bebé de la calle, al encontrar a su madre, a su madre involuntaria. La poesía tiene el don de desnudar las verdades que han opacado la historia de la tristeza humana, del patriarcado y de los escribas de la guerra, el poder, lo fálico y dogmático , amparado en la razón de la fuerza.

Ni teoría ni fantasía

La poesía de María estremece desde su primera página, porque no es teoría ni fantasía ni tan siquiera imaginación desbordante: es vida asfixiada en las leyes y en los significados de nuestra sociedad.

Embarazarse y ser madre en España, con 21 años, de manera imprevista, indeseada, y tomar decisiones desde ahí, es una realidad muy difícil de empatizar realmente. Más aún por los hombres. Y es el “cómo” se expone poema a poema esa compleja y contradictoria realidad, lo que hace de este poemario un libro de referencia en la esperanza de una sociedad más igualitaria, más libertaria, más justa y atenta a las necesidades y experiencias del cuerpo, último campo de batalla en el que el ser humano se gasta y desgasta para no convertirse en un siervo útil a la sociedad de producción y reproducción sin voz ni voto. “Asumo nuestra belleza y asumo las pérdidas”.

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