Este hecho quedó patente en un estudio, también de Ana López, publicado en 2014 bajo el título Las mujeres en los contenidos de la Educación Secundaria Obligatoria. Cofinanciado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y el Instituto de la Mujer, el estudio reveló la exclusión de las mujeres en los contenidos académicos de la enseñanza secundaria española: sólo el 7,6% de los referentes culturales y científicos que aparecen en los libros de texto de la ESO son mujeres.
¿Por qué razón? Según nos explica López-Navajas, esto se debe a que, en general, las mujeres no pasan a lo escrito, aunque hayan sido reconocidas escritoras, científicas, músicas, etc. en su momento. “Pero cincuenta años más tarde, han desaparecido de los libros que narran la época, de los libros de historia. Además, su producción cultural, como no se corresponde ni en perspectiva ni en género discursivo al canon androcéntrico, es excluida de las historias; no crea genealogía”, señala.
Pero lo cierto es que “no existe una historia sin mujeres, ni una cultura sin mujeres”; por eso ellas deben llegar a los libros de texto. Así se evitaría el empobrecimiento cultural de todos, la discriminación femenina (“a quien no se le reconocen los logros culturales, difícilmente se le puede conceder valor social”, explica Ana López-Navajas) y el desperdicio de talento, pues se sabe que los estereotipos que promulgan los contenidos educativos afectan al desarrollo profesional y personal de las jóvenes estudiantes.
La base de datos en desarrollo podría estar a disposición del público en dos años, aunque para ello se necesitará “más apoyo por parte de la administración pública, la universidad o la iniciativa privada” reclama la investigadora. Quizá con ella puedan evitarse cifras tan escandalosas como los siguientes: en los libros de ciencia, música e historia de la ESO, solo un 5% de los humanos que aparecen mencionados son mujeres; en los textos de Tecnología la aparición de las mujeres no llega ni al 1%; y en literatura española hasta el XVIII solo aparece una escritora, y en el XX ni poetas ni dramaturgas. Y lo peor de todo, alerta López Navajas, en estos libros “las mujeres pierden peso en la narración de la Contemporaneidad, justamente cuando debían ganar peso, pues es de estas épocas de las que tenemos más datos y mayor conciencia de igualdad”.
¿Han hecho algo relevante las mujeres a lo largo de la historia?, porque poca información tenemos de ello…
Por supuesto, son protagonistas esenciales desde el principio de los tiempos ¿Cómo no van a hacer nada relevante las que han estado siempre codo con codo con los hombres? ¿Nos debemos creer que la mitad de la población no ha hecho nada relevante en el desarrollo histórico o cultural? Es un despropósito. El propio planteamiento –que nos hacemos todo el mundo- resulta tan contra toda lógica (y al mismo tiempo, es tan “natural”), que lo pone en evidencia.
Ellas han participado de forma ininterrumpida y desde el principio de los tiempos en todos los ámbitos de lo humano: en lo cultural, en lo social y en lo histórico. Fueron ellas, por poner un ejemplo, las que desarrollaron técnicas de recolección y cultivo, el cuidado y la crianza, la construcción, la medicina… De perfumistas asirias son las primeras definiciones de los procesos químicos, de la acadia EnhedduAnna, hace 5.000 años, las primeras notaciones astronómicas, que continuaron Aglaonice y las brujas de Tesalia, que predecían eclipses, pasando por Teano y las pitagóricas, Hipatia de Alejandría hasta llegar a Sofía Brahe, la hermana de Tycho, que realizó casi al completo las tablas que, más tarde, utilizaría Kepler. Maria Cunnitz, o Elisabeth Hevelius en el siglo XVII o Caroline Herschel, en el XVIII continúan esta labor, hasta llegar al XIX con Mina Fleming o Annie Jump Cannon, en Harvard o ya en el XX, la gran Cecilia Payne.
Estas genealogías se dan, de una manera u otra, en absolutamente todos los campos del saber y del hacer. Pero no las conocemos y creemos que no existen.
El hecho de que nos lo planteemos indica el grado de distorsión histórica y cultural que tenemos. Lo que consideramos una historia y una cultura universales, no son más que una historia y una cultura de género. Masculino, por supuesto. Completamente parcial. Los hechos considerados relevantes o hitos culturales… todos son de protagonismo masculino. Es una historia y una cultura de hombres, pero que se hace pasar por colectiva, por universal. Este es el engaño cultural en el que vivimos. Y también la pobreza de una cultura que nos hurta referentes. Y hemos naturalizado tanto el hecho de que las mujeres no han hecho nada relevante, que un absurdo de tal calibre nos parece normal. Incluso se puede escuchar “es que ellas no deben haber podido hacer nada, siempre han estado en casa”.
Cuando hay que tener en cuenta un par de cosas. En primer lugar, el ámbito doméstico es un espacio esencial que ha sido ninguneado. El hogar es un centro de producción y reproducción esencial para el desarrollo social. Y en segundo lugar, ellas no han estado solo en la casa, ellas han estado en todas partes, han participado de forma distinta en los acontecimientos históricos y también culturales, con expresiones diferentes en la literatura, en el arte, en la música… pero han estado incluso en la guerra, el ejército o las huestes, la piratería, han gestionado el poder, de forma directa o en la sombra, han hecho avances científicos considerables… Tenemos modelos de mujeres de todo tipo, pero como no las conocemos… pues estos tipos de mujer siempre nos parecen raros, excepciones, que confirman esa visión engañosa de la historia. Una historia donde los hombres parecen los absolutos protagonistas y las mujeres parecen insignificantes. Una historia mentirosa que nos sustrae a todos, mujeres y hombres, obras y hechos esenciales de nuestra memoria colectiva.
Una mentira que también se refleja en los libros de texto, según su estudio de 2014. ¿De quién es la responsabilidad, de los historiadores, de los editores, de los educadores…?
Es un hecho estudiado que las mujeres no pasan a lo escrito. Son reconocidas en su tiempo: como escritoras o pintoras o creadoras de pensamiento o lo que sea. Pero cincuenta años más tarde, han desaparecido de los libros que narran la época, de los libros de historia. Además, su producción cultural, como no se corresponde ni en perspectiva ni en género discursivo, al canon androcéntrico, es excluida de las historias. No crea genealogía.
Los libros de texto son deudores de esas historias canónicas masculinas, por tanto, en ellos no aparecen las mujeres. El hecho de que no ser consideradas como sujetos históricos y culturales está en la raíz de esta exclusión. El estudio que hemos realizado se muestra contundente, con un 7,6% de apariciones femeninas en los contenidos escolares (las mujeres son mencionadas 1.266 veces, frente a las 15.319 veces en que son mencionados los varones). Esto pone en evidencia, entre otras cosas, la violenta exclusión de las mujeres de lo que consideramos el conocimiento legítimo, el de los manuales. El que llega a toda la ciudadanía.
¿Responsabilidad? Podríamos decir que es de la cultura patriarcal, que ha primado los hechos masculinos y despreciado los femeninos y ha hecho de una historia parcial un referente universal. Y todas y todos compartimos esa cultura. Como ya hemos dicho, no se ha considerado a las mujeres como sujeto histórico.
Pero sí que es importante que asumamos todos nuestra parte de responsabilidad para enderezar el entuerto: los historiadores, ellos y ellas, deben esforzarse para rehacer el relato de la historia, su periodización y sus espacios; y las historias, tanto del arte, como de la ciencia y la tecnología, de la música o de la cultura. Se deben incorporar todas las aportaciones femeninas que, años de estudios han sacado a la luz y cambian el sentido de la cultura.
Afectan a hechos fundacionales de la ciencia o la cultura. No contar con ellas ya no es posible. No existe una historia sin mujeres ni una cultura sin mujeres. Los editores, por su parte, deberían cuidar especialmente el material escolar.
Cuando, en los objetivos y fines de la LOMCE y anterior LOE se indica la obligación de “aprender las referencias culturales básicas”, estas no se pueden transmitir sin contar con las producción cultural femenina; o cuando se establece la obligación de “educar en igualdad de oportunidades”, está claro que no pueden ser iguales aquellos que se ven protagonistas de la historia (los hombres) y aquellas (las mujeres) que parecen no haber hecho nada relevante. Unos valen más que otras. En definitiva, los manuales deberían cumplir con estos fines, algo que ahora no hacen.
Además, sería deseable que se editara obra femenina de todos los tiempos. Se encuentra poca: ni libros de escritoras -barrocas o ilustradas o románticas o de otras épocas-; ni música y partituras de autoría femenina para ponerlas a disposición de orquestas, bandas o agrupaciones. Ni la divulgación de obra gráfica de pintoras.
Hay algunas iniciativas, como la de Mujeres Pintoras, donde encontramos cientos y cientos de pintoras de toda época o la de escritoras.com, donde también encontramos algunas de las numerosísimas escritoras en español.
Pero a la industria editorial le falta bucear entre las escritoras, donde encontraría auténticas joyas, como, por ejemplo, la inquietante prosa de Luisa de Carvajal y Mendoza o las delirantes obras de la dramaturga barroca Feliciana Enríquez de Guzmán, como Las tres gracias mohosas, que el Teatro del Velador, de Juan Dolores Caballero, ha representado por media España.
Y finalmente los educadores, con formación. Revisando los contenidos que imparten en la ESO. Y en los másteres de secundaria, incidiendo en la parte específica de cada materia, donde deberían incluirse el enfoque y las mujeres que faltan en cada área. La formación del profesorado y la revisión de los contenidos académicos es esencial para este cambio.