Y Baltadzhieva maneja desde las pausas esa habilidad para emocionarnos desde una severa reflexión de la violencia y de las liturgias que configuran esos contextos: enterramientos, muertes, sepulcros, ciudades fantasmales. Todos estos elementos conducen a unos textos que parecen tratados de la conducta humana, recuerdos imborrables que transcienden lo anecdótico para crear un mundo literario de un sereno desasosiego: «Soy libélula alucinada. Me quedaré en alguna exposición de Kandinsky, la niñez recordando, su místico nimbo, el terror de la mente ante esos cielos que bajan y bajan y los átomos crujen futuras baladas» (pág. 65).
GenES se adentra en la conciencia de lo intemporal, en nuestra inexorable caducidad, como si cada uno de nosotros formara parte de un hombre anterior, único y de pensamientos insondables, como si cada espacio, cada acción y cada uno de nuestros semejantes fuesen la misma cosa preconcebida antes y después del tiempo: «No conoceré a mis padres, a mis hijas, a ti, a él, a mí. No conoceré… No conoceré… Nunca» (pág. 74).