Ni Champourcín ni Méndez —también impresora; junto a Manuel Altolaguirre impulsaría las revistas Héroe o 1616, y libros como La realidad y el deseo, de Luis Cernuda, y El rayo que no cesa, de Miguel Hernández— lograron la complicidad de su familia para matricularse en la universidad, aunque su posición social les permitió refugiarse en espacios para mujeres: el Lyceum Club, la Residencia de Señoritas… De estos lugares quedaban excluidas las escritoras de clase obrera, como Luisa Carnés o Lucía Sánchez Saornil: Carnés narró su experiencia como camarera en Tea Rooms —leída hoy gracias a Hoja de Lata, junto al volumen Trece cuentos—, y el empleo de Sánchez Saornil como telefonista despertó en ella una conciencia política por la que abandonaría la pintura y la poesía, confiando en que el articulismo brindase una difusión más amplia a sus ideas.
Casi un siglo más tarde, merece la pena ensanchar el canon fijado a propósito de la generación del 27, e incorporar escrituras periféricas —por estética, género de escritura, geografía o sexo—, y sumar a las mujeres. Como punto de partida, sirvan el popular documental Las sinsombrero —dirigido por Tània Balló, Serrana Torres y Manuel Jiménez— y el libro homónimo de semblanzas —por Balló, en Espasa—, y el trabajo ensayístico de Jairo García Jaramillo en La mitad ignorada (Devenir) y Memoria contra el olvido (Atrapasueños). Desde las lecturas de hoy —con la antología Peces en la tierra (Fundación José Manuel Lara/Vandalia), al cuidado de Pepa Merlo—, incorporaríamos a un recuento de la generación del 27 a Champourcín, Méndez, Carmen Conde o Josefina de la Torre, además de tres autoras atípicas: María Cegarra, Margarita Ferreras y Sánchez Saornil.