Una poesía de lo cotidiano

No es fácil, o es muy fácil, hacer un poema sobre una vieja que retuerce un repasador para tenderlo en una ventana. En esto consiste el arte de Irene Gruss: en decir de esa vieja y en proceder como ella. Retorcer el exceso, colgar al sol.

Brusca, esta poesía se detiene con una pregunta o una enunciación cerrada cuando llega al desborde. Es la poesía de una sobreviviente y de los motivos de una sobreviviente. Su medio ambiente es la casa. Su mito es la ventana. Su procedimiento: retorcer hasta extenuar el asunto, sin que se note qué cosa enjuga; mostrar el asunto como una circunstancia cotidiana. La vieja retuerce un repasador así como antes retorcía ropas de alguien que ya no vive. La vieja saluda, ofrece una flor de malvón.

Lo que hace Gruss es parecido. El mito de la ventana –el lugar del comercio entre el afuera y el adentro– contiene un árbol, el árbol de la vida, el árbol de Goethe, entre grises. Ese es el objeto de la mirada hacia afuera. Y para ello, la autora deja el grandioso mar, el grandioso sol del ocaso a quien se quiera ocupar de ellos.

Una vez más retuerce el énfasis, y si es posible introduce la duda. ¿Corresponde decir? ¿Vale la pena decir? (Lo que sea que se crea que hay que decir o que se puede decir). Por eso entre la pena y la nada, sin elección ni de una ni de la otra.

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