Un saber alucinatorio

El silencio va más rápido al retroceder. Un solo vaso de agua bastaría para alumbrar el mundo. Júpiter vuelve sabios a quienes quiere perder. He aquí algunas de las frases que Orfeo, le poète endormi del majestuoso filme de Jean Cocteau, escribe al dictado de la radio de la Muerte. 
 

La poesía, se entiende, es siempre un saber alucinatorio. Un viaje indefenso a las comarcas del sueño, esa zona en la cual está prohibido retroceder, donde la pregunta ¿por qué? carece de sentido. 
 

Un don, en suma, que exige una disciplina tan meticulosa que hasta es necesario renunciar a escribir, para escribirla. En ella, ningún exceso es ridículo, ninguna creencia alcanza. En los límites de ese enamoramiento insólito con su ignorancia, Orfeo afronta la más encarnizada lucha, no con las palabras sino contra las palabras. 
 

Cada poeta quisiera atravesar, como él, esas puertas de espejo que podrían revelarle el secreto de los secretos, realizar su propia caminata inmóvil en el agua nocturna del Deseo para llegar allí donde la Novia de Negro está dispuesta a premiar con un beso de hielo a quienes respondan a sus preguntas.

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