si alguien le dice a nuestro ser: ¡Levanta!
Y entonces, fiel consigo, se agiganta
hasta llegar al cielo su estatura.
Emily Dickinson
1.- Dónde está ella
¿Y ella dónde está? ¿Dónde están ellas? ¿Cuál es su país maravilloso? ¿Es que nunca existieron? ¿No dejaron su huella en los surcos del conocimiento? ¿No rieron, lloraron, amaron, inventaron la vida en blanco y negro? Tal vez todo haya sido una ilusión, un vacío, un abismo, un papel de color en tonos grises. Tal vez sólo fuesen un cuerpo desnudo, una boca desnuda, unos ojos desnudos y vacíos, unas manos de escoba y sin dormir. Acaso su envoltura fuese el íncubo deseo de la reproducción, tentaciones de dios y del diablo, azote de la razón vestida, peligro para el hombre en sus cabales, mentiras, brujerías o silencios.
Así podría comenzar un artículo que quisiera hablar de las poetas europeas, las invisibles poetas europeas, las nunca oídas poetas europeas, las olvidadas poetas europeas; hablar de ellas desde esa visión simplista que se infiltra en la diminuta historia cotidiana de todas las mujeres, de muchas mujeres, de algunas mujeres, que se vieron obligadas a ocultarse, a vestirse de hombres para poder ser ellas, a firmar los legajos con nombre de varón para decir su credo, practicar la palabra o proponer la verdad de su existencia.
Y de ser así, hablaría de Fernán Caballero, que era en realidad la escritora española Cecilia Böhl de Faber; de George Sand, seudónimo de la escritora francesa Amand ine Aurore Lucile Dupin, baronesa Dudevant; de George Eliot que es la escritora británica Mary Anne Evans (reveló su identidad en una carta al Times) que se cambió el nombre para que su libro fuera juzgado por sus cualidades propias y no condenado de antemano como la obra de una mujer o de una mujer muy particular (Bollmann, 2007); podría hablar de Jane Austen que mantuvo el anonimato, añadiendo a sus libros la mención By a Lady; hablaría de Sidonie-Gabrielle Colette (novelista francesa, periodista, guionista, libretista, artista de revista y cabaret) cuyo esposo (el Willy vividor que explotaba a escritores fantasma) la utilizó para escribir la famosa serie de novelas Claudine; tendría que hablar de María de la O Lejárraga García, que cedió su pluma a Gregorio Martínez Sierra, su esposo, quien gracias a ella se convirtió en un escritor de éxito. Al final, por sus cartas, se descubrió que las obras que él firmaba las había escrito ella.