Mujeres poetas, ellas son el verso suelto (ABC Cultural)

En la Fundación José Hierro de Getafe se presentaron los dos primeros números de la Colección Genialogías. Un proyecto de «crowfunding» que el colectivo del mismo nombre acomete para, en propias palabras, «cambiar el canon poético español. Hacerlo más justo». Dígase sin miedo: es un proyecto para la igualdad poética.

Los libros, publicados por Tigres de Papel, son «Los cuerpos oscuros», de Juana Castro, y «Marta & María», de María Victoria Atencia.

No son primeras ediciones. El objetivo de la colección es rescatar obras descatalogadas, olvidadas si no es en la memoria erudita de algún estudioso.

Ese rescate de belleza no puede llamarse arqueología, no lo permiten («No se trata de algo muerto»), sino una exhumación de objetos vivos, palpitantes.

El público que asiste al acto es «poetológico», y mayoritariamente femenino. Casi todas escriben. Genealogías está formada por docenas de poetas.

La gran prevención, al acudir al acto, es no llamarlas poetisas y, mientras sea posible y fluya la conversación, no mencionar al editor Chus Visor, el poderoso (en el imperio feble del verso) autor de estas declaraciones: «Desde el 98 para acá, es decir, todo el siglo XX, no ves ninguna gran poeta, ninguna, comparable a lo que suponen en la novela Ana María Matute o Martín Gaite. No hay una poeta importante ni en el 98, ni en el 27, ni en los 50, ni hoy».

Miembros del proyecto (en la palabra miembro encalla toda aproximación igualitaria) toman la palabra antes de la lectura. «Recordáis, poetas…». Hay un plural militante, pero cálido. En un mundo crecientemente ternurista, quién mejor que la mujer. Ellas hablan entre sonrisas, se abrazan, todo suavidad, con las palmas abiertas. Manda un tono de alegre beatitud. Son delicadas y espirituales, como sonrientes monjas laicas.

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