Para todo ello sirvió la Residencia de Señoritas, creada para espolear el talento y la formación de las mujeres, “una habitación propia para las españolas”, en expresión —citando a Virginia Woolf— de Almudena de la Cueva y Margarita Márquez Padorno. Ambas son comisarias de la exposición Mujeres en vanguardia, que desde ayer y hasta el próximo 27 de marzo repasa en la Residencia de Estudiantes, en Madrid, la corta y revulsiva historia de una institución que nació en 1915 y que, como tantas otras luces, se apagó durante la Guerra Civil.
Cuando los reformadores, embebidos del espíritu de la Institución Libre de Enseñanza, decidieron abrir ese año en la capital española un espacio para las jóvenes que querían seguir estudiando, solo habían pasado cinco años desde la legalización de la presencia de las mujeres en la Universidad mediante una real orden. Antes asistían rodeadas de bedeles, tutores y asombros. Nada incoherente en un país donde el siglo XX se había estrenado con un analfabetismo femenino del 71%, 16 puntos más que el masculino.
Al frente de esa casa se colocó María de Maeztu (Vitoria, 1882- Buenos Aires, 1948), una mujer que no se había cortado el pelo, pero que había segado sucesivos convencionalismos al matricularse en Filosofía y Letras y, más tarde, en Derecho.
Para captar la atmósfera de la época, donde convivían progreso y caspa, baste dejar constancia de la solemne reunión convocada en el Colegio de Abogados de Bilbao para impedir que Maeztu ejerciese tras licenciarse, hecho que recordó el lunes en la Fundación Ortega-Marañón María José Turrión, coeditora del libro La Residencia de Señoritas (Ediciones Universidad de Salamanca).