Ana Ares: «Creo que a Alá le gustó mi sinceridad, me colmó de dones y regalos»

En compañía de buenos amigos, y generalmente en coche, Ana Ares viajó por varios países de Oriente como Siria, el Kurdistán, Turquía, también el Mar Egeo, y se impregnó de sabores, olores, ciencias y esencias de mundos milenarios. En «Otomanía» (Ed. Vitruvio) devuelve a los lectores ese paraíso muchas veces perdido, esa tierra de promisión de la sensualidad y el lirismo. Bellísimo libro, la civilización del amor puesta a nuestos pies. Como un muecín (lavado y afeitado, eso sí) la poetisa nos llama a la liturgia de la hermosura. Amén.

-«Otomanía». No tengo la más remota idea de lo que significa. Eso sí, hay varias tiendas en la Red con ese nombre.

-Otomanía es el nombre que le di a mi enajenación turca en mi segundo viaje. Era necesario bautizarla, porque ocupaba un espacio creciente dentro del coche, como un cuarto pasajero. Tenía la ilusión, la alucinación casi, de que el mundo era mío, que estaba allí por mí, esperándome, a mis ojos, a mi avidez, de que nos completábamos el mundo y yo, como si él necesitara mi mirada tanto como yo mirarlo. Habría prolongado para siempre ese viaje, encontré mi forma de vida perfecta: El movimiento, el aprendizaje y la sorpresa. Saber que hay tiendas con ese nombre es un escupitajo de realidad mercantil, estaba segura de haber inventado un término preciso y precioso para mi enfermedad. Incluso tengo un amigo que discute conmigo esta autoría y que jura estar presente cuando nos asaltó la idea simultáneamente. Tengo que contárselo. –

-Viajar no entra entre mis prioridades vitales. Es más, lo odio. Pero su libro me está haciendo recapacitar al respecto.

-No se puede odiar viajar. Puedes detestar determinados lugares, climas, gastronomías, autobuses o aeropuertos, pero decir odio viajar sería como afirmar odio comer. Si no hay un lugar en el mundo que desee conocer, si nunca un paisaje ajeno al suyo le ha llamado a gritos, es que algo ha ido mal, tiene que resetearse. Un día caerá sin querer en un viaje trampa que el destino le tienda y se verá haciendo con tristeza la maleta de vuelta.

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